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La magia del orden: Herramientas para ordenar tu casa... y tu vida

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  Introducción Marie Kondo te ayudará a poner en orden tu casa de una vez por todas con su método inspirador paso a paso. Transforma tu hogar en un espacio limpio y ordenado de manera permanente y sorpréndete de cómo cambia tu vida. Recupera tu vida y aprovecha mejor los espacios de tu casa. Transforma tu hogar en un espacio armónico y libre de desorden con el increíble Método KonMari. La autora, Marie Kondo, ha vendido más de 3 millones de copias de sus libros, que han sido traducidos a más de 30 lenguas y publicado en más de 30 países. Ha conquistado el número 1 en la lista de más vendidos de The New York Times, Los Angeles Times, Publishers Weekly y The Wall Street Journal, entre otras publicaciones Marie Kondo, con su método inspirador, te ayudará a poner en orden tu casa de una vez por todas. Paso a paso te guiará para que en tu casa sólo tengas las cosas esenciales y tu vida mejore increíblemente te sentirás más seguro, exitoso y con energía para crear lo que sea. A partir de...

Uso de los puntos suspensivos (...)

 Puntos suspensivos (...) 

 Signo ortográfico  usado para señalar la interrupción de un discurso. Señalan una pausa cuyo objetivo es dejar el discurso en suspenso.

Se usa  para dar por conocido o sobreentendido un discurso.

 También se usa para indicar vacilación o para sugerir un final abierto.

Ejemplo:

Creo que el pan... se me quemó.

Para crear cierta espectación en el lector

Ejemplo:

¡Es increíble!... voy a poder ir al concierto.

Solo se deben escribir tres puntos.

Reglas de uso

Se escriben siempre pegados a la palabra o signo que les antecede y separados por un espacio de la palabra o signo que les sucede (excepto que se trate de un sino de puntuación).


En caso de que los puntos suspensivos terminen el enunciado no es necesario colocar otro punto, pero si la última palabra es una abreviatura se coloca harán los cuatro puntos.


 Fragmento del libro El delincuente honrado del autor Gaspar Melchor de Julio vellanos

Escena III

ANSELMO, TORCUATO.

 ANSELMO.- A fe, amigo mío, que me has

hecho bien mala obra. ¡Dejar la cama a las siete

de la mañana...! Hombre, no lo haría ni por una

duquesa; mas tu recado fue tan ejecutivo...

(Después de alguna pausa.) Pero, Torcuato, tú

estás triste... Tus ojos... Vaya, ¿apostemos a que

has llorado?

 TORCUATO.- En mi dolor apenas he tenido ese pequeño desahogo.

 ANSELMO.- ¿Desahogo? ¿Las lágrimas...? No lo entiendo. Pues qué, ¿un hombre como tú no se correría...?


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