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La magia del orden: Herramientas para ordenar tu casa... y tu vida

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  Introducción Marie Kondo te ayudará a poner en orden tu casa de una vez por todas con su método inspirador paso a paso. Transforma tu hogar en un espacio limpio y ordenado de manera permanente y sorpréndete de cómo cambia tu vida. Recupera tu vida y aprovecha mejor los espacios de tu casa. Transforma tu hogar en un espacio armónico y libre de desorden con el increíble Método KonMari. La autora, Marie Kondo, ha vendido más de 3 millones de copias de sus libros, que han sido traducidos a más de 30 lenguas y publicado en más de 30 países. Ha conquistado el número 1 en la lista de más vendidos de The New York Times, Los Angeles Times, Publishers Weekly y The Wall Street Journal, entre otras publicaciones Marie Kondo, con su método inspirador, te ayudará a poner en orden tu casa de una vez por todas. Paso a paso te guiará para que en tu casa sólo tengas las cosas esenciales y tu vida mejore increíblemente te sentirás más seguro, exitoso y con energía para crear lo que sea. A partir de...

Uso correcto de los signos de interrogación (¿?)

Uso correcto de los signos de interrogación o las orejitas preguntonas (¿?). Los signos de interrogación pertenecen al grupo de los signos de entonación, los cuales se usan para hacer preguntas.

Reglas de uso

Son signos dobles, es decir los signos encierran la pregunta. 

Por ejemplo: 

¿Qué?

¿Cómo?

¿Cuándo?

¿Dónde?

¿Por qué?

¿Para qué?

Cuando se escriben dos o más preguntas juntas se encierran las preguntas con sus respectivos signos y la primera letra de la pregunta se escribe con mayúsculas.

Ejemplo:

¿Pueden comunicarse los reptiles? ¿Qué mensaje envía la víbora cuando agita el cascabel? ¿Funciona su sistema para permitirles la comunicación?

Lea un fragmento del magnífico cuento mexicano Macario, de Bruno Traven y observé el correcto acomodo de los signos de interrogación, así como también de otros signos:

Comieron juntos, y fue aquella una comida alegre, salpicada de flores de ingenio y de chistes jugosos por  parte del huésped, así como de grandes risas y carcajadas por parte del anfitrión.

—¿Sabe usted, compadre? —dijo Macario—. Al principio me desconcerté porque la figura de usted no está de acuerdo con la idea que tenía formada de los muchos retratos que he visto de usted en la iglesia. Esa caja de caoba, que lleva usted colgada del cinturón con un reloj dentro, me confundió y me dificultó el que lo reconociera prontamente. ¿Qué ha hecho usted de su reloj de arena, si no es indiscreción?

—Ninguna indiscreción. No hay secreto alguno en ello. Y si lo deseas puedes decir al mundo lo que ocurrió con él. Verás; hubo una guerra en Europa, lugar que es precisamente por sus eternas guerras la parte del mundo en donde 
mis cosechas son mayores. Pues bien, ocurrió que en una cierta batalla tuve que correr de un lado para otro como si todavía fuera joven. Fui de la Ceca a la Meca hasta quedar completamente extenuado y casi loco. Por ello no disponía de mucho tiempo para cuidar de mi persona, como lo he hecho siempre para conservarme bien, y parece que una bala de cañón, mal disparada por un artillero inglés borracho, se estrelló contra mi reloj de arena, y lo averió de tal modo que ya no fue posible al viejo herrero Plutón, a quien gustan esa clase de trabajos, componerlo. Busqué por dondequiera, pero no pude encontrar uno nuevo, pues han dejado de fabricarlos y sólo existen algunas imitaciones que se usan como adorno entre otras chácharas inservibles. Traté de sacar uno de algún museo, pero me enteré horrorizado de que todos eran imitaciones y no había ninguno auténtico.

—Perdón, compadre, ¿qué es un museo?

—¡Ah, eso…! Pues te diré, Macario, son grandes salas que en muchos países europeos tienen los gobiernos para exhibir todo lo que han robado de otros países o que se han llevado como botín de guerra de los pueblos vencidos. En algunas naciones de América los tienen para que malos 
funcionarios tomen lo que les gusta y se lo lleven a su casa. Dejó de hablar durante algún rato, olvidándose del tema de su conversación, entretenido en saborear un bocado de 
carne blanca. Al cabo de la pausa, continuó:

—¿En qué íbamos, compadre?

—En los museos. En que todos los relojes de arena que había en los museos eran falsos. Puras imitaciones.


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